MUJERES, A APRENDER DE LAS LECCIONES DIARIAS QUE NOS DAN LOS HOMBRES…
Siempre me he
preguntado, luego de mis más de 30 años de experiencia empresarial, el por qué
el triunfar en el mundo laboral, resulta más complejo para nosotras las
mujeres. Muchas veces, quizás de manera
errada, hemos culpado a nuestros colegas los hombres y al machismo, sobre las
circunstancias que rodean a los obstáculos con los cuales nos encontramos en la
jornada diaria de trabajo. Digo
“errada”, pues definitivamente, ellos no son los culpables de aquello que nos
acontece en un 100% y decir que los caballeros son la causa de todos nuestros
males, realmente se constituye en una completa falacia y exageración.
Durante
muchos años, previos a la posición laboral que tengo ahora, a parte del
quehacer diario en la empresa en la cual trabajaba, dedicaba algunas de mis
horas semanales a impartir capacitación en diferentes temas, a empresas
públicas y privadas; mi audiencia en su
mayoría, casi siempre, era personal
femenino. En aquella época de mi vida laboral, habré conocido al menos, unas
3000 mujeres empresarias. Me acostumbré a tratar a mis compañeras de
género y a conocernos como mujeres un poquito mejor, en cuanto a las motivaciones que rigen nuestro
actuar, en especial, en el fascinante mundo empresarial. En esos talleres era común dialogar acerca
de las dificultades que teníamos las mujeres en el manejo de nuestras
relaciones humanas, de hecho, la efectiva comunicación y las habilidades
interpersonales, eran algunos de los
temas que impartía como capacitadora. En
algunos casos, recibía testimonios de quien me decía que se llevaba estupendamente bien con alguien
(otra mujer) y al día siguiente, esta relación tocaba fondo, pues había surgido
algún desacuerdo entre ellas, por lo
cual ya las cosas nunca volverían a ser igual que antes; así de crítico. Por mi parte, seguía recogiendo experiencias
ajenas para entender de mejor manera lo que estaba sucediendo en el
comportamiento de mis congéneres femeninas.
En cuanto a
los caballeros, podía confirmar como, con los mismos desacuerdos que surgían
entre las mujeres o incluso de más peso, al rato los colegas estaban bromeando,
dándose palmadas en las espaldas o invitándose unos a otros a fumar un
cigarrillo en el área de fumadores (generalmente la calle). Mejor aún, a veces se los encontraba más tarde,
a la salida del trabajo, tomando una cerveza en algún bar de la Mariscal.
Esta
conjugación de vivencias, como capacitadora y en mi mundo laboral de más de 30
años, me llevó a sacar mis propias
conclusiones, que luego pude, con algo de certeza, percibir que era un hecho
común en nuestro mundo tan competitivo, en el cual, al hombre generalmente, le
echábamos y le echamos aún la culpa, por nuestras fallas al cosechar victorias
en el mundo empresarial enmarcado por la competencia. Gaby
Vargas en uno de sus libros sobre superación personal decía que las mujeres
estábamos acostumbradas a competir con los hombres; que era lo natural, parte
de la cultura aprendida y que además, nos habíamos adaptado a concebir que
ellos eran nuestra mayor competencia, valga la redundancia. Que en el momento en el cual, veíamos que una
mujer estaba progresando, dando pasos hacia adelante en avanzada, y que se
acercaba a la cima, éramos las mismas mujeres quienes poníamos dificultades en
su camino para evitar que logre conquistar la cúspide, pues se convertía de
inmediato en nuestra mayor competencia y peor aún, nos sacaba de inmediato del
esquema acostumbrado, esto es, competir con los caballeros. Escuchaba una entrevista a la Sra. Dianne
Feinstein, senadora de California, hablaba sobre la discriminación en el mundo laboral
y de la política para con las mujeres, ella manifestaba que: “lo que quiera que sea que haga la mujer,
tiene que hacerlo el doble de bien para que se le considere la mitad de
buena, por suerte, eso no es difícil”. Es
verdad, es una realidad esta afirmación y lo he podido comprobar en mi día a
día de este camino que me ha correspondido seguir desde tantos años atrás. Considero que en muchas ocasiones, somos las
mismas mujeres quienes no permitimos que otras triunfen o logren sus objetivos,
en especial, los profesionales, pues nos pesa el que otras sean quienes lideren
los avances, los logros y no nosotras. Esta competencia, nos saca del esquema
acostumbrado y nos ponemos a la defensiva y vamos creando resistencia.
En el
contacto con otras mujeres y dialogando con ellas, he podido ver como tantas han criticado implacablemente el trabajo de
otras, y les han restado créditos a los buenos resultados obtenidos por propio
mérito. He visto también, como las
mujeres pudiendo apoyar a otras, han preferido hacerlo con quienes serían,
supuestamente, su mayor competencia, los hombres. Recuerdo como en una ocasión, en uno de mis
talleres, una de mis alumnas contaba su experiencia: se trataba de una abogada, quien estaba ascendiendo
en su empresa a una posición de muy alto rango. En el momento de recibir la recomendación de
su jefe inmediato para esta posición, la líder del área, argumentó que ella trabajaba mejor con los varones y que se
sentía muy cómoda con ser la única mujer gerente de la empresa. Que además, las mujeres éramos muy buenas
para organizar eventos y no para dirigir o para armar una estrategia a la hora
de liderar especialmente, una crisis del negocio y que adicionalmente, éramos
demasiado conflictivas. Obviamente en el
momento de tomar la decisión por parte de esta líder, fue un caballero quien
alcanzó el ascenso.
Al parecer, a
esta mujer le costó demasiado llegar a donde estaba, precisamente por contar en su equipo de
gestión con otras mujeres, quienes se hicieron a un lado en el instante de
apoyarla con su recomendación, y sí lo hicieron para con un hombre. No es sino, porque la gerencia de la empresa estaba
al tanto de lo bien que se desempeñaba como profesional y persona, que decidió colocarla en uno de los puestos de
mayor jerarquía dentro de la empresa. En este caso, la historia se replicaba como
una especie de retaliación a lo que ella había vivido algunos años atrás, pues
optó, una vez más, por un caballero para una función de liderazgo.
En mi caso
particular, recuerdo como, cuando en una empresa en la cual laboraba hace 20 años
atrás, una compañera, luego del premio
que yo recibiera como la mejor empleada de la función, ganándome un viaje a una
convención internacional, comentó: “ese premio lo dan por turno, te llegó la
hora”, más tarde ella mismo señaló “el invitar a los jefes a la graduación de
la universidad, ha sido la clave para lograr un reconocimiento”, pues días
antes había celebrado mi graduación como analista de sistemas
informáticos. No puedo aseverar por cierto, que esa fue la
actitud de todas mis compañeras mujeres.
Por su parte mis compañeros
varones, muy gentiles, se acercaban a mi
escritorio, para felicitarme, darme un abrazo y reconocer públicamente, que el
galardón era muy bien merecido por el trabajo desempeñado, por el valor
agregado que le había impreso a mi gestión y porque decían, que era “justo y
necesario”. En fin, en ese momento, recuerdo, liberándome
de todo prejuicio, pude disfrutar plenamente del premio recibido y puedo
aseverar, que fui feliz porque así lo decidí yo. Nada podía opacar lo contenta
que me sentía y con la motivación de seguir adelante en el trayecto. El mundo competitivo de ese entonces era
complejo y discriminatorio para las mujeres, tal cual ahora lo es también,
pero con menos machismo. La competencia se da hoy, por el alto grado
de preparación que tienen los jóvenes quienes salen de las universidades, con
deseos de conquistar el mundo. A buena hora por nuestras jóvenes mujeres.
Me pregunto y
les pregunto a nuestras colegas mujeres profesionales, ¿Qué debemos hacer
nosotras para ayudar a otras a lograr sus metas, sus objetivos y sueños?. ¿Por qué tan pronto vemos que alguien habla
bien o muy bien de otra colega, buscamos la manera de opacarla con un
comentario, a veces fuera de lugar?; o
también hay quienes por subir velozmente a la cumbre, minimizan las conquistas
de otras mujeres, les restan créditos y hasta son capaces de inventar historias falsas que las mismas
mujeres nos las creemos, sin permitirnos siquiera verificar si aquello que nos
han dicho es real, es cierto, pues como todos los sabemos, todas las historias
tienen dos versiones y es de personas inteligentes, sensibles y sabias,
el buscar las dos, previo a emitir un
posible errado o acertado juicio de
valor.
Por otra
parte, a muchas personas les he visto y
escuchado hacer diferenciaciones como la siguiente: cuando una mujer levanta su voz en la
oficina, porque algo le molestó, enseguida la tachan de “histérica”,
cuando es un hombre quien lo hace, le
dicen que es “exigente”. Cuando una
mujer llora en la oficina, le dicen que es “cursi”, que está en “sus
días”. Cuando un hombre llora en la
oficina, lo calificamos de “sensible”. Entre
otras evidentes diferencias. Esas son
las circunstancias que nosotras mismos vamos creando y sin razón.
Deberíamos
estar conscientes las mujeres y todos, que siempre habrá aquella persona, que
por “venderse bien” a sí mismo, no le importará adjudicarse créditos que no le
corresponden y, peor aún, echar tierra y enlodar a los y las demás, tan sólo
por considerarlas su potencial “competencia” y no necesariamente, para ocupar
un puesto determinado, sino un lugar
privilegiado en la mente y percepción de quienes pueden decidir a quién
reconocer y dar créditos cuando llegue la oportunidad.
Por las
vivencias de otras mujeres, algunas amigas cercanas, puedo afirmar que el problema de competencia en
el mundo laboral para las mujeres, tiene entre otras, una causa más. Somos las mismas mujeres, quienes no nos
damos la mano cuando la requerimos.
Somos las mismas mujeres las que nos pisoteamos muchas veces entre
nosotras, para no permitirnos salir
adelante; tal cual es la moraleja de la olla de cangrejos, en la que, cuando
uno quiere salir, los otros le agarran con fuerza, aferrándose a su cuerpo para
que no pueda hacerlo. A la final, todos
vuelven a caer al fondo.
Conversando
con colegas y amigos hombres, puedo destacar su alto grado de solidaridad entre
ellos. Los hombres son solidarios con los de su género, en las
buenas y en las malas, y hasta en el peor de los chistes, se festejan unos a otros. Si alguno de ellos cometió un error,
enseguida tratan de disimularlo. Deberíamos
aprender de ellos!.
MUJERES, Ya
es hora de dar un vuelco. Acabar con ese
comportamiento destructivo entre nosotras.
Dejar de castigarnos con críticas que no construyen. A todas las mujeres nos tocará aprender de los caballeros. Ser mucho más solidarias entre nosotras, como
lo son ellos. Saber que si una mujer triunfa,
detrás de su éxito está el de otras mujeres. Convencernos de una vez por todas,
de que las mujeres tenemos cualidades, habilidades y destrezas que nos pueden ayudar a llegar a nuestra propia
cima. Que somos hermosas, que cuando nos miremos al espejo digamos, “qué
preciosa mujer la que estoy mirando”. Que
somos capaces de conquistar nuestros sueños. Que somos fuertes e inteligentes;
que estamos listas y preparadas; sin temores ni complejos. Estar convencidas de que el apoyo de género es
imprescindible a la hora de avanzar por un camino, que de por sí, ya es
complicado. El volvernos generosas con
los créditos ajenos y reales de las demás. Sólo hablar de otras, cuando lo que tengamos que decir de las demás
tenga connotación positiva.
En
definitiva, busquemos ser más mujeres y rescatar todo lo positivo que llevamos
dentro. Nuestras capacidades, al igual
que las de los caballeros son ilimitadas, si nos proponemos y respaldamos entre
nosotras. No les pongamos barreras u
obstáculos a los caminos de otras.
Démonos las manos, sin necesidad siquiera de pretender llegar a ser “mejores
amigas”. Sintamos que si a la una le va bien, a todas
nos irá mejor. Que si otros hablan bien
de una mujer, están hablando también, en el mismo sentido, de nosotras. Que si la una se cae, esa caída se puede
convertir en un obstáculo en nuestro camino; apoyemos para que quien caiga, se levante pronto.
Tengamos la
mejor de las actitudes y dejemos de hablar bajito y en los pasillos de quienes
pueden convertirse en un reflejo de nuestro propio yo.
Dejemos de
vernos como competencia, y transformemos nuestro actuar en cooperación. En nuestras manos está el que más tarde, en
cualquier espejo en el cual nos encontremos, quizás ya con algunas canas y
arrugas en el rostro, podamos ver a una mujer honesta, leal, justa, ética,
íntegra y, sobre todo, solidaria. Que ese reflejo no muestre algo que nos
podría avergonzar. Y que lleguemos a
ser, no sólo la mejor profesional, si hablamos del mundo empresarial, sino algo
más importante, como lo es, el ser una
verdadera mujer, con la mejor de las cualidades humanas, que la gente nos
recuerde, no por lo que somos o hemos llegado a ser, sino por aquello que le
hemos hecho sentir.
Ser
mujeres de éxito, no sólo depende de
nosotras, también depende de quienes están a nuestro alrededor. Ser solidarias, en todo el sentido de la
palabra.
Ma. Fernanda
León