miércoles, 1 de octubre de 2014

A VOLAR SE HA DICHO..........AEROFOBIA

Una vez más, a "volar" se ha dicho, y no me refiero precisamente a levantar el vuelo y encaramarse hacia el  logro de tus sueños, buscando grandes conquistas.   No, de eso hablaremos algún día.

En esta ocasión, cuando digo "volar", me refiero a subir a lo alto del cielo, meterse entre las nubes, ver el mundo hacia abajo, muy pequeño e inalcanzable y todo esto, sujeta a un minúsculo asiento de una poderosa nave, no importa si es pequeña o grande, más conocida como avión.

Que tengo que viajar me anuncian, y la verdad, lo hago con cierta frecuencia, sea dentro o fuera del país.  No niego que me gusta hacerlo, pues es la oportunidad de conocer nuevos lugares;  me relaciono con otras personas y aprendo mucho de cada cosa o contacto nuevo. 

El pensar en el destino final de cada viaje me agrada, mas no  en el cómo llegaré al lugar deseado.  Esta vez, que viajaré a Cuenca me dicen, yo esbozo una sonrisa y exclamo "está bien, perfecto".  Tan pronto lo hago, siento un escalofrío en mi ombligo, que me recuerda que subiré a esa nave de acero, de puertas herméticamente cerradas, de cinturones apretados, de obediencia absoluta hacia un capitán que no conozco y que me transporta a un mundo de miedos "infundados", me dicen todos, especialmente, los entendidos en la materia.

Llego el momento, estoy en la sala de espera; paso revista a quienes serán mis compañeros  de aventura.  Una voz con cierta sensualidad indica "pasajeros con destino a ......favor abordar el avión por la puerta número 4".  "Pasajeros con necesidades especiales........", qué ganas de decir que yo soy una de ellas, pues todos están tranquilos y yo sufriendo a morir. 

Subo al avión, llego al marco de la puerta de la nave y la acaricio suavemente:   "portaraste bien pájaro de lata, verás que transportas a mi vida entera", le expreso entre mis adentros.  Me recibe un señor, muy elegante y encorbatado, y sin chaqueta, "Bienvenida señora", me dice con una sonrisa de oreja a oreja.   "Que pasta del chico, cuanta indiferencia ante lo que se nos viene", pienso mientras le contesto con otra sonrisa. 

Ansiosa busco mi asiento, verifico bien el número,  no vaya a hacer que luego alguien me lo arrebate, sentándose sobre mis piernas, aduciendo que fui yo la que se equivocó, ya me pasó alguna vez.
 Me acomodo e inmediatamente, aseguro mi cinturón.  Van poco a poco ingresando los pasajeros y en sus ojos y gestos, detecto una enorme e insensible calma, al menos en cuanto a "volar" se refiere.

Se cierran las puertas y con ellas mi deseo de salir  huyendo de la experiencia que estoy a punto de vivir.   En el centro de la nave, se ubica una azafata, mostrando las reglas de seguridad.  Habla de un chaleco salvavidas, con luces de bengala y todo, como que de Quito a Cuenca, fuésemos a atravesar un océano, un  mar, una laguna, lago o charco.  Por mi parte, miro hacia  la audiencia  de la señorita y concluyo que soy la única que le presta algo de atención.  

Despega la nave y comienzan mis temores "infundados".    La "bestia",  se comienza a mover, como si se resistiera a abandonar la tierra, el suelo que la vio nacer en algún galpón mecánico de alta tecnología.   Mil ideas se me vienen a la mente, como si estuviera "recogiendo los pasos" de manera adelantada.   Como por arte de magia, mis rodillas empiezan a temblar, "quietas" les digo y me las sostengo tratando de parar ese extraño movimiento que me viene de vez en cuando mientras "vuelo".  "Rodillas, no me hagan quedar mal con el vecino de alado que lo puede notar" señalo en mi interior.  Mientras las tapo con una revista, regreso a ver a mi compañero de asiento, y noto que cualquier esfuerzo por evitar que mire mis rodillas, ya es demasiado tarde. Sonrío y enseguida volteo mi mirada hacia la ventana apretando bien mis ojos para no ver hacia afuera.

Mi mirada está clavada en la señal del cinturón, con la gran esperanza de que se apague pronto, cuando lo hace, según yo, es una muestra de que todo estará bien.

De pronto, anuncian "zona de turbulencia",  y con esto, una gran turbulencia de nervios se adueña de mi. Con el anuncio, juro que otras personas estarán pasando por lo mismo que yo.  Comienzo a buscar miradas de solidaridad y nada, "ni modo, estoy sola en esto", me digo, indolentes insensibles, seres de duro corazón.  Como duele el sufrimiento cuando no es compartido.  "Miedo no compartido, se multiplica" (buena la frase, me la acabo de inventar).

Miro hacia atrás, muy disimuladamente, y el caballero del medio duerme plácidamente; la señora junto a éste, lee el periódico, frunce el ceño a ratos, "aja, le pasa lo mismo que a mi, también tiene miedo" pienso, pero luego veo el título de la noticia, "preocupación por el nuevo código laboral",  simplemente no era  miedo al avión, era miedo a los sindicatos que se nos vienen. En fin, sigo sola en esto.

Regreso a ver a la tripulación, cualquier gesto o lenguaje corporal de ellos me dirá si algo anda mal.  Nada, todo sigue bien.  Qué bueno.  Respiro profundo y concluyo en que mismo soy yo la del problema. Me doy golpes de pecho y me acuso por  mi falta de valentía.   Miro el reloj  con la esperanza de que haya pasado la media hora, pero nada, apenas han sido 5 minutos de lo que despegamos.

Volteo a ver a mi compañero de asiento, un señor de unos 50 años aproximadamente, le sonrío nuevamente buscando algo de compasión de su parte.   De pronto, la nave tiene un breve remesón.  Me lanzo y abrazo al caballero de alado; "perdón señor, es que tengo apenas un poquito de pánico a volar".  El hombre me responde con un "faltaba más, siga nomás con toda confianza, para eso estamos".  Retiro mi brazo del suyo y me deshago en disculpas, sonrojada por cierto  y a mi edad!; vuelvo a mirar el reloj y ya falta poco para aterrizar.

Me sujeto al cinturón del asiento, cierro la mesita antes de que me lo ordenen, rezo 10 padres nuestros, 15 ave marías, la Magnífica, y me encomiendo al santo del día;  Ofrezco poner velas en las iglesias de las 7 cruces de Quito; me arrepiento por todos los pecados cometidos, respiro profundo y por fin, llegamos al destino final.

"Gracias mi Dios y al santo del día" exclamo.  "Se siente bien?" me pregunta  mi compañero de banca, yo le respondo "Estoy mejor que nunca, sólo que con 10 años menos".    "Que bueno que el viaje le rejuvenezca mi señora".  Se despide con un "nos vemos" (nunca dijo donde) "que tenga una feliz estadía", yo sólo le respondo con una sonrisa.  Se acabó mi tormento, comienzo a pensar en el vuelo de  retorno..

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